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La representación nacional III.

Algunos se refieren al arribo de los españoles a América y a las luchas que se entablaron contra las naciones americanas como “la Conquista” y otros como “la Invasión”. Al proceso que se dio a continuación unos denominan “colonización” y otros “dominación”. Son cuestiones de opinión respecto de ambos procesos y no es mi propósito en esta ocasión tratar de ese tema, excepto para poner de relieve que, en el curso de su historia, en Guatemala y otros países iberoamericanos se produjo un encuentro de dos culturas y que eso dio lugar, al paso de los siglos, a una situación de convivencia de diversas naciones o pueblos. Insisto en que soy consciente de que algunos valoran negativamente ese encuentro y el proceso subsiguiente y otros lo ven favorablemente, en ambos casos, con matices y salvedades.

Si uno echa una mirada al mundo en épocas diversas de la historia de la humanidad, uno se encuentra con casos parecidos y resultados similares. Sin embargo, las respuestas político-institucionales que en cada ocasión se han dado no son las mismas. Creo que eso ha dependido de múltiples circunstancias y factores en cada época y de la historia y lugar del orbe y, por tanto, hay muchas experiencias de las cuales pueden sacarse lecciones.

En el caso de Guatemala, llegado un punto en el tiempo, distante más de cinco siglos del mencionado encuentro, no ha surgido una nueva nación que fuera una suerte de síntesis de las culturas, lenguas y civilizaciones que se encontraron. Como he dicho antes, el proceso de mestizaje ha sido muy importante, pero no ha dado lugar a dicha síntesis porque la población mestiza, por lo general, no ha desarrollado otra lengua o cultura, sino que se ha integrado a la cultura occidental. Con algunas excepciones, la población mestiza sólo habla español, viste a la usanza occidental y sus costumbres y cultura son, por la mayor parte, occidentales.

Los pueblos o naciones originarias, en cambio, han conservado su lengua y sus costumbres; una buena parte de la población viste de acuerdo con ellas y, si bien han adoptado elementos de la cultura occidental–como los religiosos, por ejemplo—, tienen consciencia de ser “otra cultura”. A diferencia de otros países iberoamericanos, en donde los pueblos o naciones originarias conforman una minoría significativa, pero claramente una minoría, en Guatemala los pueblos o naciones originarias son casi la mitad de la población.

Soy consciente de que hago generalizaciones muy amplias y que para cada una de ellas pueden señalarse docenas de matices y plantearse otro tanto de categorizaciones, pero pienso que, para efectos de lo que aquí planteo, tienen suficiente validez. Y, así, la pregunta se impone si se conseguirían mejores frutos de estabilidad política y de buen gobierno con otra estructura constitucional del Estado. Una en que no solamente estuviesen representados los ciudadanos, como individuos integrantes de la “polis”, sino también por referencia a la nación, al grupo lingüístico, al ámbito cultural al que pertenecen.

La teoría política explica cómo y por qué un régimen en el que haya amplios segmentos de la población que no se consideren representados en la estructura de los órganos del Estado, la estabilidad y el buen gobierno son difíciles de alcanzar. Esto se debe, en parte, a la percepción, por parte de los que se entienden menos representados, de riesgos altos, en términos de los llamados “costes externos” en la toma de decisiones colectivas.

Los costes externos en la adopción de decisiones colectivas consisten, simple y llanamente, en que la mayoría, simple o calificada, imponga a la minoría determinadas cargas que la mayoría no soporta o le niegue determinados beneficios de los que la mayoría sí disfruta. ¿Cómo ha de enfrentarse ese riesgo? La próxima.

Eduardo Mayora Alvarado

Grecia, 31 de mayo de 2023

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