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Sobre la figura del empresario.

De acuerdo con una encuesta de opinión que tuve oportunidad de conocer recientemente, tal parece que la figura del empresario no está bien vista. No voy a perderme aquí en los detalles y matices, simplemente, porque el espacio de un artículo como este no da; sin embargo, creo que la expresión que he empleado para describir la impresión más generalizada sobre el empresario es razonablemente acertada.

Creo que se trata de una opinión, simplemente, equivocada. Creo que, quienes así piensan, confunden otros afanes o actividades con la de emprender, la de ser empresario, y tampoco entienden la función social de esforzarse por obtener ganancias.

Sobre lo primero, suele confundirse la función empresarial con la del lobista y la del rentista. Muchas personas imaginan que, en general, un empresario dedica buena parte de su tiempo a cultivar relaciones estratégicas con políticos, con altos funcionarios, con líderes sociales, etcétera, con el objeto de conseguir algún tipo de ventaja. Para este grupo de personas, un buen empresario siempre se afana por estar “bien conectado” porque, en buena medida, el éxito de su empresa depende de esas relaciones.

Así, al asociarse al empresario en un plano de complicidad con políticos, con altos funcionarios, con grupos de presión, etcétera, la carga negativa de estos se transmite a aquél. Por supuesto que hay algunos empresarios cuyo principal afán es, justamente, armar una red de enchufes; pero, no es esa característica la que los define como empresarios, sino la que los define como lobistas o como buscadores de rentas. Esto último se refiere a aquellas situaciones en las que, gracias, a veces, a un esfuerzo exitoso de lobby, a veces, a una contribución para la campaña electoral, a veces, a un soborno, una organización privada (que no merece, creo, el nombre de “empresa”) consigue, por ejemplo, que sea obligatorio comprar sus mercancías o servicios. Los pretextos, suelen ser medias verdades. Esa ventaja –que haya un número determinado de consumidores asegurados—le permite a la organización favorecida cargar precios por encima de lo que sería un precio en libre competencia y, esa diferencia, para ella es una renta.

Sobre lo segundo, los afanes por lograr la mayor ganancia posible, está mal visto porque se confunden las relaciones personales (como de amistad y familia) con las impersonales (como las de mercado). En una situación de libre competencia, en ausencia de fraude o engaño, los afanes por las ganancias son un elemento para el progreso económico y la prosperidad social indispensables. No se ha descubierto otra forma de aprovechar, con la mayor eficiencia posible, los recursos económicos, por definición, escasos.

Así, los empresarios procuran adquirir todos los insumos necesarios para la prestación de sus productos o sus servicios, al menor coste posible. Si pueden fabricar su producto más barato, sin sacrificio de calidad, sus ganancias aumentan. De ese modo, la función empresarial constantemente propicia la investigación y el desarrollo de mejores tecnologías y de métodos para lograr los mismos resultados a un menor coste. Toda la sociedad se beneficia porque, así, son menos escasos los recursos económicos y, supuesta una libre competencia, también los precios tienden a ser los mejores que puedan obtener los consumidores.

El empresario, por consiguiente, es un incesante buscador de mejores soluciones, de tecnologías mejores, en una palabra, de la máxima eficiencia posible. Ésta es, en mi opinión, su verdadera función social y es muy valiosa para todos.

Eduardo Mayora Alvarado.

Ciudad de Guatemala, 1 de septiembre de 2021.

Publicado enArtículos de PrensaEstadoSociedad

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