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La libertad de los unos es útil para los otros.

Hay personas que tienen a la libertad individual en alta consideración, por principio. Personalmente, creo que la libertad individual es uno de los atributos fundamentales de la persona humana. Su plenitud esencial es impensable sin libertad. Esta vez, sin embargo, quisiera defender la libertad individual desde la perspectiva de su utilidad social. Creo que, en las actuales circunstancias de la vida nacional, esto es particularmente importante. Me refiero a que, en cirto modo, muchos de los líderes sectoriales, de los intelectuales, de los formadores de opinión en Guatemala han transitado, en un período de unos cinco a seis años, de una actitud “abierta” a la libertad individual a otra, digamos, “condicional”. Puesto en otros términos, antes de los acontecimientos que se siguieron a las protestas de 2015, un buen número de dichos líderes valoraban la libertad tanto de quienes piensan y actúan como ellos como también de los que piensan y actúan de otro modo. Actualmente, según mi percepción de las cosas, un buen número de esos líderes actúa como si hubiera una verdad oficial y, por tanto, todos han de tener libertad, pero, para pensar, actuar y vivir de acuerdo con esa verdad oficial. Dicho todavía de otra manera, en esto consiste la llamada “polarización ideológica” que hoy existe; en que no se tolera –o se tolera menos– la libertad de pensar, actuar y vivir de otra manera. Empero, la libertad individual es útil para todos. Tanto en el mundo de las ideas como en el de la acción económica y la política, la libertad individual es la condición indispensable para que la fuerza creadora del espíritu humano pueda dar sus frutos. Cualquier ámbito de la acción hunana cerrado o restringido para una persona queda excluido de la posibilidad de que esa persona pueda fecundarlo, sea con sus ideas, sea con sus obras. Por supuesto, no existe la libertad individual sin límites. En la vida social, esos límites vienen determinados por reglas generales. Por la Ley, con mayúscula. Porque, esas normas que le permiten a unos lo que les prohíben a otros, no son, estrictamente hablando, parte de la Ley. Son privilegios o discriminaciones, dependiendo del lado que se miren. Cuando una regla coercible, es decir, que los órganos del Estado pueden hacer valer incluso contra la voluntad de una persona, es decir, usando la fuerza en su contra, cuando una de esas reglas es discriminatoria, la libertad individual queda restringida. Y esta –cercenar la libertad por partes– es la técnica favorita de los gobernantes autoritarios para hacerse de más y más poder. En efecto, la promulgación de una regla coercible que restrinja la libertad todos los miembros de la sociedad, por igual, difícilmente se promulga. La historia nos muestra que los gobernantes que lo han intentado, tarde o temprano, han mordido el polvo al ser depuestos. Pero, cuando sólo se priva de parte de su libertad a un grupo en particular, los autoritarios apuestan a que los demás, por alta de interés directo, callen. Piensan –ingenuamente—que no tiene por qué incurrir en los costes de luchar por la libertad de ese grupo. Pero se equivocan. La libertad de cualquier persona siempre es asunto suyo, aunque no pertenezcan al grupo afectado. Es sólo cuestión de tiempo para que les toque su turno. Hoy, pierden un poco de su libertad quienes ejercen el periodismo, mañana pueden perderla quienes ejercen el comercio o la industria. Cada pérdida de libertad, no importa el ámbito de la acción humana en que ocurra, si se condona, es como un pequeño agujero en un dique. Tarde o temprano, el dique que defiende la libertad individual contra la ambición de poder, colapsa.   Eduardo Mayora Alvarado Ciudad de Guatemala 18 de mayo de 2021.
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