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¿Qué hacer con las manzanas podridas?

(Publicado por Siglo Veintiuno el 1 XII de 2010)

Encuentro sumamente alentador que casi todos los sectores que opinan sobre la situación del sistema de justicia del país y la realización, para resolverla, de una reforma constitucional, ya coinciden en que lo ideal es que se instituya una carrera judicial de por vida. Una carrera judicial en la que, por regla general, los funcionarios judiciales dejen sus cargos para disfrutar de un retiro decoroso al final de una larga y fructífera carrera y no, como es ahora, para salir a buscar un trabajo o a intentar reincorporarse a la profesión de abogado.

Incluso las representantes de la Universidad Rafael Landivar y de las llamadas organizaciones pro justicia, que participaron en un programa televisivo el pasado lunes por la noche, reconocieron que lo ideal sería que los jueces y magistrados fueran nombrados vitaliciamente, lo cual creo que puede entenderse también en términos de la instauración de una verdadera carrera judicial.

Ahora bien, una de ellas expresaba que, si bien eso sería lo ideal, en Guatemala todavía no estamos listos para eso ni para abolir las comisiones postuladoras.  Creo que conviene mencionar, una vez más, por qué eso sería “lo ideal”. Conviene, me parece, porque la noción de un cargo vitalicio o la idea de que se asegure a cualquier funcionario una carrera profesional de principio a fin pueden sonar, quizá, exageradas o, incluso, anacrónicas. Además, es probable que para muchos guatemaltecos eso de un “cargo vitalicio” le traiga a la mente a personajes más bien como Estrada Cabrera que no como John Marshall, el padre del control de la constitucionalidad en los EEUU, o al gran magistrado y filósofo del derecho, Oliver Wendell Holmes.

El punto medular es simple: los jueces y magistrados han de ser independientes para poder ser imparciales.  El más elemental sentido de justicia permite comprender que ahí donde no hay independencia tampoco habrá imparcialidad, lo que supone quitarle la venda de los ojos a la hermosa mujer que sostiene en alto la balanza de la justicia. Y, ¿cómo puede pensarse en un magistrado independiente si, al cabo de tres años y medio de estar en el cargo –o desde el primer día—debe preocuparse de con quién queda bien o a quién no debe contrariar, para ser reelecto al vencer su período de cinco años?

Pero, decía una de las panelistas: –¿qué hacer con las manzanas podridas? ¿Dejarlas en el cargo hasta el último día de sus vidas o hasta el día en que llegue su jubilación? Creo que la cuestión es muy importante, pero no muy difícil de resolver.  Entre otras cosas, puede establecerse con carácter transitorio un proceso de monitoreo y evaluación durante los primeros tres años, por ejemplo, de modo que al cabo de ese período sean separados de la carrera judicial quienes reprobaran dicha evaluación.  Por supuesto que no hay sistema perfecto para que quedaran en sus cargos solamente los mejores y nada más que los mejores, pero hemos de recordar una cosa: a los jueces y magistrados corruptos, negligentes o indolentes también han de juzgarlos otros jueces.  Por tanto, bastaría con que se lograra seleccionar a una “masa crítica” de buenos jueces y magistrados, aunque se colara por ahí una que otra manzana podrida.

¿Por qué no aspirar a aquello que consideramos ideal?

Eduardo Mayora Alvarado.

Publicado enArtículos de PrensaJurídicosSociedad

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