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LECCIONES DE LOS ÚLTIMOS JUICIOS.

La primera lección, sobre todo para los jueces, es que sus críticos no leen sus sentencias. Para cuando escribí esta nota, ninguna de las personas entrevistadas por la prensa sobre los casos Portillo y Giammattei hizo alusión concreta al contenido de la sentencia sino, más bien, se hicieron eco de lo que algunos de los diarios habían publicado. Esto nos indica dos cosas, me parece: una, que hay muchas personas que operan con base en prejuicios; otra, que no existen una cultura ni una práctica de lectura de las sentencias judiciales. Esto último es responsabilidad, principalmente, del propio Organismo Judicial pues, habiendo en la actualidad tantos medios para clasificar y publicar las sentencias de los jueces, a penas se divulgan las de la Corte Suprema de Justicia y de la Corte de Constitucionalidad (responsable, esta última, de su propia jurisprudencia).
La segunda lección es que el proyecto “CICIG”, como lo hemos expuesto muchos desde sus inicios, estaba condenado a fracasar. Me refiero a que las personas que lo concibieron obviaron la elemental, pero fundamental circunstancia, de que el sistema de justicia es un todo. Que difícilmente falla sistémicamente debido a que sólo uno o dos de sus elementos no funcionen. Pero obviaron este elemental detalle porque la CICIG, heredera de la CICIACS, nació en sus mentes como una “cruzada” en contra de los “aparatos clandestinos y cuerpos ilegales de seguridad”. Ese monstruo que si bien tuvo manifestaciones reales –y deplorables—durante el conflicto armado interno, para cuando se erigió la CICIG ya era un elemento más de la mitología del activismo de izquierda y de derechos humanos.
Ahora, la CICIG llama a los guatemaltecos a que exijamos un sistema de justicia independiente. Eso, precisamente, es lo que hemos estado exigiendo desde hace años: una reforma integral de nuestro sistema de justicia, concebida por la generalidad de los guatemaltecos, para la generalidad de los guatemaltecos y con guatemaltecos. En lugar de eso, las élites quisieron poner sus esperanzas, al igual que buena parte de la comunidad internacional, en un “cazador de monstruos”.
El caso Giammattei ha quedado como en segundo plano debido a la trascendencia política y notoriedad mediática del caso Portillo. Sin embargo, es sumamente perturbador que una acusación tan grave como la que se hizo en su contra haya terminado con la clausura del proceso. Siempre me costó creer en el sustento de dicha acusación pues, por años, había visto llegar al hoy absuelto, en compañía de su familia, con fervor y sencillez, a la misa dominical a la que mi familia y yo por lo regular hemos asistido. Él reclama haber sido víctima de una persecución política y yo me pregunto: ¿ante quién, como no sea ante Dios, a quien tantas veces lo vi adorar recogido en silencio, podrá Giammattei clamar ahora por justicia? Quizás ya no le importe y se contente con haber salido de la pesadilla.
Una lección más: toda sociedad necesita poder confiar en su justicia; de lo contrario, se sume en la desconfianza o se hunde en el cinismo. ¿Hasta cuándo vamos a esperar para reformar, a fondo, nuestro sistema de justicia?

Eduardo Mayora Alvarado.

Publicado enArtículos de PrensaJurídicos

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